08 agosto, 2010

El regalo del miedo

El otro día, tuve una de las conversaciones más interesantes, no por su contenido, ya que qué podemos esperar de una conversación con un niño de seis años que este año entraba en primaria y estaba contento porque, por fin, su hermana pequeña iba a estar en el mismo colegio con él; sino por lo que saqué de ella. De ella descubrí que el tiempo y la edad nos iba regalando una cosa que cuando somos pequeños es invisible para nosotros. El tiempo nos otorga el regalo del miedo.

Después de esa conversación, que duraría alrededor de una hora, me di cuenta momento por momento de que el tiempo nos aterroriza, no por el paso de él en sí, sino porque nos da unos valores de inseguridad ante todo en la vida.

Una de las cosas que el niño me contaba, era que el padre estaba pintando la fachada de su casa y que después le iba a poner un arnés para que él se pudiese subir a la azotea de su casa por el andamio. Si yo fuera un amigo suyo de su edad, inmediatamente hubiese pensado: "¡qué guay, yo también quiero!", pero no, pensé (y le contesté): "pues ten cuidado, no te vayas a caer", tras esas siete palabras me di cuenta que he envejecido en cuanto a miedo me concierne.

Tras esa conversación, empecé a analizarme en todo lo que le decía a un niño chico: "ten cuidado con la pelota, no vayas a romper algo", "mira a los dos lados antes de cruzar la calle", "no corras con las tijeras" o "no bajes las escaleras corriendo" han sido una de las perlitas que he podido soltar en estos últimos días a mis vecinos, primos y niños chicos que han pasado por el trabajo.

Gracias a estos niños chicos me he propuesto algo a conseguir en poco tiempo( cuanto antes mejor), gracias a estos niños chicos he empezado un análisis completo de cosas de mí que no me gusta y que voy a intentar cambiar.

Tiempo, hoy te propongo un reto. Me da igual que me rompa la cabeza, que mis intentos sean inútiles, no voy temer romperle el corazón a alguien o, mucho peor, que me lo rompan a mí. Hoy, Tiempo, me propongo devolverte el regalo más grande y más inútil que me han podido hacer alguna vez. Hoy, Tiempo, me propongo a devolverte el miedo que me has regalado tras veintiún años.

Hoy, Tiempo... no me voy a calentar más la cabeza.

Álvaro Pan

01 agosto, 2010

Ayer

Ayer aprendí qué era un beso verdadero
Ayer conocí la calidez de un abrazo que abrasa
Ayer levité con los pies en la Tierra
Ayer me fundí en algo que era igual que yo
Ayer rompí el listón
Ayer no pensé
Ayer actué
Ayer sudé amor
Ayer cerré los ojos
Ayer me dejé llevar
Ayer desperté como cualquier otro día...

Dream on; fall down...

Álvaro Beattle

Aburridos Anónimos

Tal: - Hola, me llamo Tal y a pesar de tener veinte años, parece que tengo cuarenta.

Todos: - Hola Tal.

Tal: - Hoy, domingo primero de agosto a las cinco y media de la tarde me encuentro en mi casa porque soy un aburrido social. ¿Quién tiene la culpa? el grupo al que pertenezco.

Tengo un grupo de amigos que alrededor de los veinte años que llevan viviendo están amargados. Vivo en una ciudad costera, por lo que las playas y las fiestas no cesan, a pesar de eso, vuelvo a repetir que es domingo a las cinco y media de la tarde estoy en mi casa con el aire acondicionado.

La mayoría de mis amigos tienen vehículo, así que el transporte no es un inconveniente, a pesar de eso, no salen de sus casas un domingo perfecto para ir a la playa. Hemos pasado un invierno bastante malo, con los estudios a penas nos hemos visto, además, ha llovido mucho, por lo que salir a la calle ha sido una cosa prácticamente imposible.

Mis amigos parece que son de interior, como las plantas esas que se ponen en unas macetas en medio del salón y no las puedes poner en el jardín. Prefieren jugar a videoconsolas o ver películas con sus respectivas parejas a solas, cosas que no han hecho para nada en todo el invierno.

Además, anoche estuvimos de fiesta por el cumpleaños de un amigo , que en un principio duraría toda la noche y que a partir de las doce empezó a irse gente, como si tuvieran un niño chico al que le tenían que dar la teta...

He pensado posibles soluciones: 1) buscarme nuevos amigos que tenga un poco el concepto de juventud al día; 2) cometer un asesinato, culparlos a ellos y que sepan qué es estar encerrados; 3) dejarlos pasar, vivir mi vida y que cuando pasen los años sepan qué es tener cuarenta años de verdad.

Creo que me voy a decantar por la tercera... total, para lo que me queda en el convento, me cago dentro.

Simplemente Álvaro

30 julio, 2010

Welcome bAAAck


Un buen refrán que mi madre me repite mucho (y cada vez más) es "Quién no llora, no mama", y parece que me han escuchado llorar (la comparación con el refrán termina ahí... no ha pasado nada de mamar)

El otro día os comentaba mi desilusión de mi mayoría de edad a lo estadounidense y que la diversión del presente era un mero recuerdo de diversiones del pasado. Anoche no fue una excepción.

No recuerdo ni cómo, ni por qué pero ayer quedé con los jugadores de hace unos años. Nos pusimos a contar y llegamos a la conclusión de que hacía más de tres años que no nos veíamos, tres años en los que ha parecido que hemos cambiado, pero que después de unos cuantos cubatas, nos dimos cuentas que seguíamos siendo tan gilipollas como antes. Recordando niñatadas, gamberradas y peleas estúpidas, nos dimos cuenta que seguíamos siendo tres gilipollas, pero que sabíamos perdonar.

No recuerdo por qué nos peleamos o nos dejamos de hablar, solo sé que ayer volví a ser ese niño chico con 17 puntos en cartas con dos jugadores más que prometieron echar otras partidas; no sé por qué dejamos de ser amigos, ahora creo que eso nunca pasó.

Solo sé que ayer fui el gilipollas más feliz del mundo.

Álvaro Boldiszar Szilagi


28 julio, 2010

Black Jack


Hace unos cuantos días, cual perfecto Black Jack, me decidí a cumplir los 21 y llegué a la conclusión que lo perfecto aburre.

21 años... la edad suficiente para poder pegarte una buena borrachera en Las Vegas (legal, por supuesto)

Por si no sabéis de qué va el Black Jack (que lo dudo) lo resumo a grandes rasgos. Con una baraja francesa o inglesa (da igual porque es la misma) de la cual cada carta tiene su puntuación, el jugador debe llegar al valor de 21 sin pasarse, en el momento que supere ese valor, el jugador perderá. Gana el jugador que más se acerque al 21 con una cifra inferior, siendo, obviamente, el 21 una apuesta segura, o sea, la tranquilidad de la victoria.

Comparando mi vida con un Black Jack, me he dado cuenta que sw esa tranquilidad de la victoria no me gusta. Estoy llegando a esa tierra de nadie en lo que todo aburre y la poca diversión que tienes son lejanos reflejos de partidas anteriores.

¿Qué no daría yo por empezar la partida de nuevo!, el jugar con ese arriesgado 17-18 en el que mientras reparten las cartas a los demás temes a que alguien te supere en un punto o dos. Vivir dentro de ese síndrome de Peter Pan queriendo que todo el mundo pase del 21 menos tú. Esa inquietud de saber si pasarás o no. ¡Qué tiempos aquellos!

Aún recuerdo cuando éramos muchos jugadores y no dos o tres jugando sin ganas porque no tenemos nada mejor que hacer. ¿Dónde se quedaron esas partidas tontas en cualquier sitio, sin hora, ni tiempo, ni lugar? ¿en el recuerdo?, parece ser que sí...

Señoras, señores, un gusto haberlos conocido, pero el que está aquí quiere echar otra partida. Esta vez bebiendo cerveza y vestido de verde. Esta vez con nuevos jugadores. Esta vez sin saber si superaré el 21. Esta vez, me encargaré de alargar la partida. Esta vez no sé si ganaré.

Espero que cuando vuelva, os hayáis comprado una nueva baraja...

GAME OVER

Álvaro Sturgess

Hope is not more than a postponed disappointment
(La esperanza no es más que una decepción aplazada)